miércoles, 8 de junio de 2016

Tercera persona del singular.

No me he enterado de que llegaba la primavera
porque la estaba viendo venir
a Ella.
A Ella
que vino un noviembre
y convirtió las cuatro estaciones en una
de tren.
Por eso te cuento
aunque no debería
sus cicatrices.
O eso de que sus ojos
son dos piscinas
donde se enamoran los tiburones.
Su sonrisa,
que es lo más parecido a un estadio cantando la misma canción
que he visto
en su puta vida.
Con esos dientes de leche caliente en invierno
con los que marca goles al frío y
deja marca de verano.
Esa nariz,
capaz de olérselo todo
como una vidente de futuros rosas.
Su boca,
que es mi palabra favorita
en más de siete idiomas.
Ese cuello que
es la escalera de color a
esos oídos que no regalaría nunca
a otras palabras necias.
Su pelo,
que se sueña color cerveza
a orillas de una playa del norte
y duerme sobre esa cabeza
de soñadora en tierra fértil.
No quisiera contarte esto,
pero mis huellas siempre son un agujero negro en el suelo que ella ha pisado antes,
con esos pies que follan a pelo cada noche
con los míos.
No debería,
pero te hablaré de sus manos.
De esos mapas que todavía conservan restos de cada
flor
humano
animal
libro
o
ciudad
que se ha atrevido a tocarla.
Y que como si fuesen sábanas de algodón árabe
erizan mi piel hasta besarse con la suya.
Sus piernas son los pilares sobre los que quiero edificar el resto de mi vida.
Y muchos vaqueros deberían pedirle permiso
antes de rozar ese culo no apto para menores.
Podría callarme,
pero es que su tripa es un campo de flores
por el que tararear a Dylan
descalza.
Y tu ejército de enamorados lo hacen de la luna porque nunca han aterrizado en su ombligo.
Ni han escuchado cómo respira al dormir
cuando se hace hiedra cariñosa con mis piernas
mientras en mi estómago las mariposas
dan un golpe de estado anímico;
todos al cielo.
Con Ella todos los días la felicidad gana las elecciones
por mayoría absoluta de sonrisas.
Y el dolor se agacha
avergonzado y miserable
cuando la ve pasar.
Yo mientras tanto
vivo sentada en sus pestañas
porque sé que algún día
conseguirá volar con ellas.
No importa lo que llueva en el camino cuando vas donde quieres ir.
Y su cuerpo es la cerradura donde siempre encajan mis llaves
cuando necesito volver a casa.
Después de esto,
espero que me perdones
o me comprendas
Poesía,
no eres tú.
Es Ella.

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