Siempre me ha gustado la luna. Nunca la he querido: ni que me la regalen ni que me la prometan siquiera. Que me la prometan menos. La cuestión es que iba a hablar de que me gusta porque a pesar de que cambia, en realidad es siempre la misma desde otra perspectiva; para mí es una metáfora y una lección.
Lo que pasa es que de pronto sonríe y me eclipsa entera, y la única luna menguante que veo ahora la forman sus labios.
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